00. In this shirt

Historia nueva. La otra, no llevaba a ninguna parte. Click aquí.
Hacía más de un mes que la mujer Grey había desaparecido. La falta de organización en el trabajo era máxima, de modo que hasta pasada una semana, no habíamos empezado a trabajar en el caso. Todos saben que tras cinco días, el asunto es trasladado a manos de Laila, pero nadie puso importancia. Si se hubiera sabido lo que se sabe ahora, toda la agencia y, en especial, Copper, se habría enzarzado en una pelea en el aparcamiento, seguida de mini-batallas a la hora de fichar, para presentarse a primera hora en la oficina de la señora Häagen, para solicitar el cargo. También se habría hecho un esfuerzo sobrehumano, para que esta no se percatara de la magnitud que tal ocupación ocupaba. Y, por supuesto, se me habría encargado a mí desde el principio. Como siempre.

El capítulo Tres, "La oficina", había ensimismado a la joven, que ya se había olvidado de su fiebre. Llovía de una manera torrencial, y ella se sentía a salvo dentro de la casa. La habían dejado sóla, pero no le importaba. Le gustaba la soledad.
Se encontraba en el salón; una estancia enorme en el lado derecho de la casa. Los fríos suelos habían sido tapizados por una moqueta bastante horrenda, que Ditz, su madrastra, se había encargado de elegir. Ditz no era una madrastra de cuento. No era malvada, ni tenía una verruga en la nariz. Pero a la chica nunca le había caído bien. Jamás soportaría esa manía de su padre acerca de enamorarse. Recordaba aquella objeción que había puesto a otra figura femenina en casa: "Las mamás solo sirven para dar la teta, Gerard. Y yo ya no lo necesito". Sus palabras inexpertas, de niña de cinco años, siempre le habían parecido muy acertadas. Ditz, además, era plana como una tabla.

Siguió leyendo hasta que fueron las tres, y nadie había llegado a casa. La historia se había puesto interesante. Muy interesante, la verdad. La forma de expresarse del narrador, hacía que soltara, en ocasiones, una larga carcajada, o una ligera lágrima. La lluvia había parado, de modo que en el cielo, todavía gris, ya se dibujaba un arcoíris.
De pronto, la calle se empezó a llenar de actividad. Muchos coches de policía, que emitían sonidos de sirena muy ruidosos, se agenciaron un lugar de aparcamiento justo en frente de su garaje. Alguien salió a la calle, con un paraguas rosa de estampado moteado. La señora Gales, que vivía dos casas más allá, caminaba de lado, levantando un dedo en señal de protesta, y haciendo ese meneillo que tanto hacen las negras.
No sabía qué pensar. A fin de cuentas, estaba muy bien dentro de la casa. Y, seguramente, no le dejarían pasar a ver.

Lo extraño, es que la casa donde estaban intentado entrar era la casa Heinz, que llevaba perteneciendo a una agencia desde que el último propietario había fallecido. Y que alguien dentro de ella, se estaba intentando encerrar a toda costa.

"Vaya", pensó. "El arcoíris se ha ido".